Por VÍCTOR M. OLAZÁBAL
El trazo del pavimento distingue la línea segura de la incertidumbre. El conductor suelta su advertencia en mitad de una carretera perfectamente asfaltada que corta en dos un bosque con cierto aroma al de Muerte entre las flores, aquel en el que se internaban dos hombres y salía uno. Sólo que este es tropical, más denso, y en él se extiende el territorio que controla la guerrilla maoísta india.
No hacen falta carteles, todos en la zona conocen esa extensión, que varía según avanza la milicia o la policía. Y así desde que hace cinco décadas se iniciase un conflicto que hoy afecta principalmente a los estados de Chhattisgarh, Bihar, Jharkhand, Odisha o Andhra Pradesh. El distrito de Dantewada, en el primero, se considera el epicentro de la lucha.
Cada año la zona es escenario de atentados, escaramuzas, redadas o detenciones. Las colinas boscosas de Bastar han visto arder autobuses y coches patrulla, han escuchado tiroteos y han presenciado secuestros. En los últimos tres años aquí se han producido 500 choques con la guerrilla.
En la calle principal de Dantewada, llena de vida y ruido, no obstante se respira cierta tranquilidad; la de quienes se niegan a que el conflicto condicione sus días. "Cortan carreteras y aparecen en plena noche, pero no podemos vivir con miedo", dice Manesh, un vendedor de té, tras realizar su ofrenda en el templo local.
Ni Manesh ni nadie sabe cuándo saldrá el siguiente teletipo sobre una contienda en la que es clave el factor sorpresa. "Los maoístas realizan emboscadas y retroceden al bosque para esconderse. Es difícil encontrarles, es muy denso, no se ve más allá de pocos metros", explica el responsable de Educación en el distrito, Harish Pratap Singh. En las calles no patrullan agentes de la Fuerza Central de la Reserva Policial. No pueden exponerse. Esperan en los cuarteles la orden de llevar a cabo una redada en suelo maoísta.
La guerrilla cuenta con el apoyo local, voluntario o bajo coacción. "Es imposible distinguirles. Mucha gente dice que es pro gobierno y luego son maoístas", afirma Kedar Patel, un alto funcionario estatal. Se calcula que son menos de 20.000 insurgentes, también conocidos como naxalitas, pues su origen se remonta a una revuelta en 1967 en el pueblo bengalí de Naxalbari. Bajo la protección de la naturaleza, llevan una vida itinerante, pero ahora sus facciones se enfrentan entre sí.
Durante décadas el gobierno apostó por responder a las balas con balas. Pero ahora adopta la estrategia del palo y la zanahoria con programas de desarrollo. Chhattisgarh es uno de los estados más pobres, con un 40% de su población bajo el umbral de la pobreza y una alfabetización del 61%. Entre sus 25 millones de habitantes, sólo el 0,2% de los hogares tiene acceso a internet.
El Ejecutivo entiende que esos factores empujan a las familias hacia la guerrilla. Así explican el proyecto Ciudad de la Educación, un campus de 40 hectáreas para 5.000 jóvenes que reúne escuelas, guardería, universidad, un centro para discapacitados o un espacio de formación profesional para costureros, editores gráficos o fontaneros. Sus edificios, auténticas moles en mitad de la selva, están recién pintados o terminándose de construir. "Sólo el arado sobre los hombros, no las armas, puede traer el desarrollo", dijo el primer ministro Narendra Modi cuando inauguró este proyecto, una carretera y una línea de tren.
A sus ocho años, Sunil ya aguanta el peso familiar de siete hermanos. Con el rostro de un niño que ha tenido que madurar a la fuerza, tira del carro desde hace dos veranos, cuando los maoístas mataron a sus padres en su casa. "Les acusaban de ser informantes del gobierno", cuenta el menor, que vive en un moderno centro para víctimas del conflicto.
"El objetivo es que los niños entiendan que trabajamos para ellos", reconoce Pratap Singh antes de añadir que "los naxalitas destruyen las escuelas porque la policía las usa como cuarteles cuando gana posiciones". Para Kamal Chenoy, autor del libro 'Maoístas y otros conflictos armados', estos programas no dejan de ser "propaganda". Sostiene que "los maoístas sólo crecen cuando el Estado es débil. Tienes que empoderar a la gente con educación, pero hacen falta empleos".
Chhattisgarh es rico en minerales como el acero o el carbón, de modo que la gran industria siempre ha codiciado el territorio naxalita. El Partido Comunista de India-Maoísta insiste en que la propiedad de la tierra y el reparto de su riqueza es la matriz del conflicto.
Unas 20.000 personas han perdido la vida en este conflicto. Más de la mitad, población civil. Hoy India cuenta con 50.000 efectivos sobre este suelo y ocupa el puesto 143 en el Índice de Paz Global que mide la seguridad y la militarización de 162 países. "La población local no sólo teme a los maoístas, también a la policía", asegura el académico Chenoy. No es raro que salten casos de torturas en comisaría a aldeanos o informantes. En época de monzón la niebla cae pronto, las tormentas azotan sin piedad y enfermedades como la malaria hacen su agosto. Los ataques se reducen. "La crecida de los ríos dificulta el movimiento de los naxalitas. El bosque se vuelve peligroso también para ellos", afirma el funcionario Patel. Pero sus palabras suenan más a un consuelo que el Estado se inyecta en vena, consciente de que el conflicto seguirá vivo ahora que se van las lluvias.
http://www.elmundo.es/internacional/2015/10/18/56228974ca4741140d8b45e2.html
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