sábado, 2 de enero de 2016

Arundhati Roy: Cómo combatir hoy al imperio

 
 
Nota: Arundhati Roy es una escritora valiente que esta posicionada del lado del pueblo y de los oprimidos. Hoy de nuevo el régimen indio la ha puesto en el punto de mira y pretende procesarla por su defensa de  G.N. Saibaba, un profesor revolucionario y simpatizante de los naxalitas que acaba de ser encarcelado.
 
 

Arundhati Roy
El Mundo
15 de febrero del 2003
De qué hablamos cuando hablamos de imperio? ¿Quién es el imperio? ¿El Gobierno de Estados Unidos (y sus satélites europeos), el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC), las multinacionales? ¿O es más que todo eso? En muchos países, el imperio ha generado otras cabezas subalternas, algunos subproductos peligrosos, como el nacionalismo, el fanatismo religioso, el fascismo y, por supuesto, el terrorismo. Todos ellos marchan del brazo del proyecto de globalización empresarial.

Permítanme ilustrar lo que quiero decir. la India, la mayor democracia del mundo, se encuentra en estos momentos en primera línea del proyecto de globalización. Su mercado se está abriendo a la fuerza por presiones de la OMC. Las privatizaciones son del agrado del Gobierno y de la clase dirigente de la India.

No es casualidad que el primer ministro, el ministro del Interior y el ministro de Desinversiones, los hombres que firmaron el acuerdo con Enron en la India, los hombres que están vendiendo la infraestructura del país a las multinacionales, los hombres que quieren privatizar el agua, la electricidad, el petróleo, el carbón, el acero, la sanidad, la educación y las telecomunicaciones, sean todos miembros o seguidores del RSS, una asociación hindú de extrema derecha que públicamente hace gala de su admiración por Hitler.

El desmantelamiento de la democracia se está llevando a cabo con la rapidez y la eficacia de un Programa de Ajuste Estructural.Mientras el proyecto de globalización empresarial produce una ruptura en la vida de la población de la India, las privatizaciones a gran escala y las reformas del mercado de trabajo están expulsando a la gente de sus tierras y de sus puestos de trabajo. Se están suicidando cientos de agricultores empobrecidos mediante la ingestión de pesticidas. De todos los rincones del país llegan noticias de muertes por hambre.

Mientras la clase dirigente emprende viaje hacia su destino imaginario, allá, a un paso de la cima del mundo, los desposeídos se precipitan vertiginosamente en la delincuencia y en el caos. Y este clima de frustración y de desilusión nacional constituye el mejor caldo de cultivo del fascismo.

Los dos brazos del Gobierno indio han llevado a la perfección el ejercicio de la pinza. Mientras uno está plenamente dedicado a la tarea de vender la India a trozos, el otro orquesta un coro de alaridos en pro del nacionalismo hindú y del fascismo religioso.Se ha puesto a realizar ensayos nucleares, a reescribir los libros de Historia, a prender fuego a iglesias y a demoler mezquitas.La censura, el sometimiento a vigilancia, la suspensión de las libertades civiles y los derechos humanos, la definición de quién es ciudadano indio y quién no lo es, particularmente en lo que respecta a las minorías religiosas, han pasado a convertirse en estos momentos en práctica habitual.

El pasado marzo, se produjo en el Estado de Gujarat una carnicería que acabó con la muerte de 2.000 musulmanes en una operación de persecución racial patrocinada por el Estado. Las mujeres musulmanas fueron uno de los objetivos más destacados. Las desnudaron y las violaron antes de quemarlas vivas. Los incendiarios saquearon tiendas, viviendas, talleres de tejidos y mezquitas y les prendieron fuego. Más de 150.000 musulmanes han sido obligados a abandonar sus hogares. Las bases económicas de la comunidad musulmana han quedado arruinadas.

Mientras Gujarat ardía en llamas, el primer ministro indio aparecía en la MTV para promocionar sus nuevos poemas. En diciembre del año pasado, el Gobierno que había orquestado la matanza obtuvo de nuevo los votos para seguir en el poder con una confortable mayoría. Nadie ha sido castigado por el genocidio. Narendra Modi, arquitecto de la persecución racial, orgulloso miembro del RSS, ha conseguido su segundo mandato como ministro principal de Gujarat.Si fuera Sadam, todas y cada una de sus atrocidades habrían aparecido en la CNN, sin duda alguna. Ahora bien, como no lo es, y como el mercado indio está abierto a los inversores de todo el mundo, la matanza ni siquiera ha alcanzado la categoría de incómodo fastidio.

Hay en la India más de 100 millones de musulmanes. En nuestra tierra ancestral se ha puesto ya en marcha una auténtica bomba de relojería.

Con todo esto quiero decir que es un mito eso de que el libre mercado echa abajo las barreras nacionales. El libre mercado no amenaza la soberanía nacional. Socava la democracia.

A medida que crecen las disparidades entre ricos y pobres, se intensifica la lucha por acaparar los recursos. Para hacer tragar sus acuerdos de buena voluntad, para comercializar los productos que cultivamos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y los sueños que tenemos, la globalización empresarial necesita una confederación internacional de gobiernos serviles, corruptos y autoritarios en los países más pobres que hagan tragar las reformas más impopulares y reprimir los amotinamientos.

La globalización empresarial -¿no será mejor que la llamemos por su nombre: imperialismo?- necesita unos medios de comunicación que aparenten ser libres. Necesita tribunales que aparenten impartir Justicia.

Entretanto, los países del Norte dificultan el paso por sus fronteras y acumulan armas de destrucción masiva. A fin de cuentas, tienen que asegurarse de que sólo se globalizan el dinero, los productos, las patentes y los servicios; no los movimientos de liberación ni el respeto a los derechos humanos ni los tratados internacionales sobre discriminación racial ni sobre armamento químico y nuclear ni sobre las emisiones de gases de efecto invernadero ni sobre el cambio climático, ni tampoco sobre la Justicia.

Así pues, esto, todo esto, es el imperio. Esta leal confederación, esta obscena acumulación de poder, esta distancia que ya se ha hecho sideral entre aquéllos que toman las decisiones y aquéllos que no tienen más remedio que padecerlas.

Nuestra lucha, nuestro objetivo, nuestra idea de Un mundo diferente debe ayudar a eliminar esa distancia. Por tanto, ¿cómo podemos resistir al imperio? Lo mejor del caso es que no lo estamos haciendo del todo mal. Ha habido victorias importantes. En Latinoamérica ya han logrado unas cuantas: en Bolivia, la de Cochabamba; en Perú, la sublevación de Arequipa. Por otra parte, todas las miradas del mundo están puestas en Argentina, que trata de volver a levantar un país a partir de las cenizas a las que le redujo el FMI.

En la India, el movimiento contra la globalización empresarial está a punto de convertirse en la única fuerza política con capacidad para contrarrestar el fascismo religioso.

Por lo que se refiere a los deslumbrantes embajadores de la globalización, como Enron, Bechtel, WorldCom, Arthur Andersen... ¿Dónde estaban el año pasado y dónde están ahora? Como es natural, también debemos preguntarnos quién era el presidente de Brasil el año pasado y quién lo es ahora. Así y todo, muchos de nosotros pasamos por esos momentos negros de falta de horizontes y desesperación.Somos conscientes de que, bajo la capa de la Guerra contra el Terrorismo, que todo lo tapa, los hombres de traje están trabajando sin descanso.

Mientras caen las bombas sobre nuestras cabezas y los misiles de crucero surcan los cielos, somos conscientes de que se firman contratos, se registran patentes, se tienden nuevos oleoductos, se esquilman los recursos naturales, se privatiza el agua y George Bush planea emprender la guerra contra Irak.

Si consideramos este conflicto como una manifiesta confrontación a cara de perro entre el imperio y todos aquéllos que nos oponemos a él, podría dar la impresión de que vamos perdiendo. Sin embargo, hay otra forma de considerarlo. Nosotros, todos los que nos oponemos a su tiranía, hemos puesto sitio al imperio. Es posible que no hayamos detenido su avance todavía, pero lo hemos puesto al descubierto.Hemos conseguido quitarle la máscara. Le hemos obligado a salir a campo abierto. En estos momentos se alza ante nosotros en el escenario del mundo en toda su desnudez.

Que el imperio vaya a la guerra, pero en estos momentos se encuentra al descubierto, demasiado horrible para soportar su propio reflejo, demasiado horrible incluso para arrastrar tras de sí a su propio pueblo. No ha de transcurrir mucho tiempo sin que la mayoría del pueblo de EEUU esté de nuestro lado.

Hace tan sólo unas semanas en Washington, un cuarto de millón de personas se manifestaron en contra de la guerra contra Irak.Cada mes la protesta va cobrando un mayor impulso.

Antes del 11 de Septiembre, Estados Unidos tenía una historia secreta; especialmente secreta para su propio pueblo. Ahora, sin embargo, los secretos de Estados Unidos son historia y su historia es del conocimiento público. Es un secreto a voces.Hoy sabemos que no son más que mentiras todos y cada uno de los argumentos que se han utilizado para avanzar en el camino de la guerra contra Irak. El más ridículo de todos ellos es el del profundo compromiso del Gobierno de Estados Unidos para llevar la democracia a Irak.

Matar a gente para salvarla de la dictadura o de la corrupción ideológica es, por supuesto, uno de los viejos deportes del Gobierno de Estados Unidos. En Latinoamérica lo saben mejor que nadie.

A nadie le cabe la menor duda de que Sadam Husein es un dictador cuyos peores excesos contaron con el apoyo de los gobiernos de Reagan y Margaret Thatcher. No hay duda de que los iraquíes estarían incomparablemente mejor sin él. Ahora bien, en ese caso, el mundo entero estaría incomparablemente mejor sin el presidente Bush, un individuo infinitamente más peligroso que Sadam Husein.

Entonces, ¿deberíamos sacar a Bush de la Casa Blanca a bombazos? Está más claro que el agua que él está decidido a ir a la guerra contra Irak a pesar de los hechos y a pesar de la opinión pública internacional. En su campaña de reclutamiento de aliados, Estados Unidos está dispuesto a inventarse los hechos.

La broma de los inspectores de armamento consiste en que el Gobierno de Estados Unidos, de manera insultante y ofensiva, ha accedido a guardar unas ciertas formas, viciadas de raíz, de etiqueta internacional. Es como si quisiera dejar la puerta del perro abierta a aliados de última hora o a que las Naciones Unidas se humillen a entrar por ella.

En cualquier caso, a todos los efectos, la guerra contra Irak ya ha comenzado. ¿Hay algo que podamos hacer nosotros? Podemos reavivar nuestros recuerdos, podemos aprender de nuestra Historia, podemos seguir conformando la opinión pública hasta que se transforme en una ensordecedora garganta. Podemos convertir la guerra contra Irak en una pecera de los excesos del Gobierno de Estados Unidos.

Podemos exhibir en ella a George Bush, a Tony Blair y a sus aliados como cobardes asesinos de niños, como envenenadores de agua y como pusilánimes dinamiteros a distancia.

Podemos reinventar la desobediencia civil de un millón de maneras diferentes. En otras palabras, podemos llegar a suponer un millón de maneras de convertirnos en un grano colectivo en el culo.

Cuando George Bush proclama que «el que no está con nosotros está con los terroristas», nosotros podemos responderle: «No, gracias». Podemos hacerle saber que los pueblos de este mundo no tienen ninguna necesidad de elegir entre el Malévolo Mickey Mouse y los Mulás Majaretas.

Nuestra estrategia debería consistir no sólo en enfrentarnos al imperio, sino en ponerle cerco, en privarle de oxígeno, en avergonzarlo, en ponerlo en ridículo. Con nuestro arte, con nuestra música, con nuestra literatura, con nuestra tenacidad, con nuestra alegría, con nuestra brillantez, con nuestra resolución más implacable y con nuestra capacidad de decir lo que queremos decir, que es diferente de lo que, con su lavado de cerebro, nos están induciendo a creer.

La revolución empresarial fracasará si nos negamos a comprar lo que nos venden, sus ideas, su versión de la Historia, sus guerras, sus armas, su noción de lo inevitable.

Tengan esto presente: nosotros somos muchos y ellos son pocos.Ellos nos necesitan a nosotros más de lo que nosotros les necesitamos a ellos.

Arundhati Roy es escritora, autora, entre otros libros de El dios de las pequeñas cosas (1997) y El álgebra de la justicia infinita (2002).
 
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