En 2007 el gobierno indio hablaba de que lxs naxalitas actuaban en 14 de los 28 estados de India, en diciembre de 2014 el gobierno reconocía su presencia en 21 y el control absoluto del 8% del territorio estatal por la administración naxalita (territorio donde no hay fuerzas policiales ni administración estatal oficial).
Siendo India el segundo país más poblado de la Tierra y una potencia económica en expansión, parte de los BRICS, resulta sorprendente el desconocimiento tan grande que hay en Occidente sobre lo que allí ocurre. Mientras que se jacta de ser la democracia más grande del mundo, fuera de sus fronteras sale a cuentagotas la información sobre el régimen tremendamente violento que allí impera. Mientras aquí nos llega la imagen de los indios no violentos seguidores de Ghandi, la realidad es bien distinta.
En 1967, en Naxalbari (de aquí viene el término naxalita), estalla la lucha armada dirigida por la fracción roja del Partido Comunista de la India (marxista) (PCM). Esta fracción fue producto de las varias divisiones y escisiones que venía teniendo el Partido Comunista de la India, desde su creación en 1920, a causa de las luchas entre las posiciones revolucionarias y los posicionamientos revisionistas y de toma del poder por la vía parlamentaria (recordemos las gravísimas consecuencias que tuvieron estas posiciones en momentos históricos como el de Chile en 1973). En este primer levantamiento, miles de campesinos y obreros armados con lanzas y precarios fusiles alentados por el proceso de la Gran Revolución Cultural que se estaba dando en China, se levantaron contra los terratenientes, contra el Estado capitalista y contra su amo imperialista.
Dominados mayoritariamente por la religión hindú y su justificación del sistema de castas, la línea oficial consideraba (y sigue haciéndolo hoy día) la miseria de la gran mayoría como un castigo por la mala conducta en una vida anterior y los privilegios de las castas superiores como un premio otorgado por los dioses por la recta conducta en vidas anteriores. Cada cual nace donde los dioses deciden y hay que respetar esa decisión por absolutamente injusta que sea. De esta forma, las clases dominantes articulan su sistema hegemónico de dominación con la religión y consiguen una herramienta absolutamente incisiva y eficaz para la mantener a la población controlada.
Además, y como pasa en tantos demasiados lugares, las mujeres se llevaban la peor parte. Eran condenadas al analfabetismo y la ignorancia, a los matrimonios desde niñas y por supuesto se las reservaban los trabajos y labores más duras y desagradables (por ejemplo, es sabido que, a día de hoy, solo ellas limpian los agujeros usados como letrina de muchos pueblos donde aún no hay alcantarillado y que lo deben hacer con las manos).
La guerra popular planteó una salida a estas situaciones tan insoportables y muchas y muchos se unieron a ella consiguiendo que, lejos de ser un levantamiento aislado o inmediatamente derrotado por el Estado indio, la fracción roja del PCM continuara su crecimiento por los pueblos de Bengala Occidental. Los comités campesinos requisaron las tierras a los señores feudales y eliminaron el régimen medieval de servidumbre, se promovió la alfabetización, se mejoró notablemente la situación de las mujeres (a día de hoy hay estadísticas que hablan de que sean alrededor del 60% del ejército naxalita incluyendo los aparatos de dirección) y se comenzó una administración paralela a la del Estado indio oficial. Este crecimiento se extiende hasta nuestros días: En 2007 el gobierno indio hablaba de que lxs naxalitas actuaban en 14 de los 28 estados de India, en diciembre de 2014 el gobierno reconocía su presencia en 21 y el control absoluto del 8% del territorio estatal por la administración naxalita (territorio donde no hay fuerzas policiales ni administración estatal oficial).
Hasta hace pocos años, alrededor del 2007, la estrategia para el crecimiento de la guerrilla se basaba en centrarse en el control total del campo, siguiendo la vieja estrategia de cercar las ciudades desde el allí: penetrar en las zonas rurales, consolidar allí sus bases de apoyo y establecer coordinaciones con las células en otros Estados.
Como parte de la estrategia se respeta a los cargos locales –incluso policías- si el pueblo considera que son honestos y no están comprometidos en casos de corrupción o represión. También se respetan las empresas que están instaladas en estos territorios, aunque se las cobra un “impuesto revolucionario” que oscila entre el 15 y el 20% de sus beneficios. En cambio, lxs naxalitas son implacables en su lucha contra las Zonas Económicas Especiales (ZEE): similares a las maquilas mexicanas, estas son áreas en las que gracias a las desgravaciones fiscales las empresas no pagan impuestos, gozan de ventajas fiscales y económicas para favorecer la productividad y donde se puede eludir la legislación normal del país en materia laboral, sindical y ambiental con el objetivo de atraer inversores locales y extranjeros.
Estas ZEE que está poniendo en marcha el gobierno indio con el apoyo de los gobiernos de los Estados para establecer industrias, incluidas las metalúrgicas y mineras, están provocando el desplazamiento de sus hogares de decenas de miles de habitantes del campo, que como consecuencia están perdiendo sus medios de vida. La gran mayoría de desplazados y desplazadas son aparceros sin tierra, artesanos y pequeños comerciantes, provenientes de las comunidades más desfavorecidas de dalit y adivasi y de minorías religiosas. Intocables en el sistema de castas y los parias de la India.
Precisamente es en estos sectores, de pobres entre los pobres, donde más éxito está alcanzando el trabajo político naxalita. Según los acuerdos de su IX Congreso, realizado en 2007, este trabajo debía pasar a ser prioritario. El resultado ha sido claro: su creciente expansión por toda India. Además, en ese Congreso se acuerda también el trabajar la expansión en las ciudades para tener presencia entre las masas urbanas empobrecidas y la clase media, con la finalidad de “lograr un movimiento masivo contra las políticas neoliberales” y, por ende, la lucha contra las ZEE que han sido creadas en los últimos años en India y que han provocado, a su vez, “la dislocación de las pequeñas industrias y de los comerciantes, que han sido empujados a la bancarrota por la ofensiva masiva de las imperialistas compañías transnacionales y de los compradores-burócratas-burgueses” y que son calificadas de “enclaves neocoloniales” .
Este crecimiento, evidencia de la legitimidad que avala la lucha naxalita, además de los logros que han conseguido durante todo el periodo que llevan en su lucha de liberación de las y los oprimidos, también ha conllevado el furibundo ataque del Estado indio. Asesinatos, violaciones, torturas, creación de cuerpos paramilitares dedicados a luchar contra los naxalitas y silenciamiento de su lucha. Por eso es responsabilidad de todas y todos los revolucionarios del mundo el conocer y difundir los logros de la Revolución naxalita.
Es nuestra obligación sumar a la solidaridad internacionalista la solidaridad con la silenciada y desconocida Revolución Naxalita.
En 1967, en Naxalbari (de aquí viene el término naxalita), estalla la lucha armada dirigida por la fracción roja del Partido Comunista de la India (marxista) (PCM). Esta fracción fue producto de las varias divisiones y escisiones que venía teniendo el Partido Comunista de la India, desde su creación en 1920, a causa de las luchas entre las posiciones revolucionarias y los posicionamientos revisionistas y de toma del poder por la vía parlamentaria (recordemos las gravísimas consecuencias que tuvieron estas posiciones en momentos históricos como el de Chile en 1973). En este primer levantamiento, miles de campesinos y obreros armados con lanzas y precarios fusiles alentados por el proceso de la Gran Revolución Cultural que se estaba dando en China, se levantaron contra los terratenientes, contra el Estado capitalista y contra su amo imperialista.
Dominados mayoritariamente por la religión hindú y su justificación del sistema de castas, la línea oficial consideraba (y sigue haciéndolo hoy día) la miseria de la gran mayoría como un castigo por la mala conducta en una vida anterior y los privilegios de las castas superiores como un premio otorgado por los dioses por la recta conducta en vidas anteriores. Cada cual nace donde los dioses deciden y hay que respetar esa decisión por absolutamente injusta que sea. De esta forma, las clases dominantes articulan su sistema hegemónico de dominación con la religión y consiguen una herramienta absolutamente incisiva y eficaz para la mantener a la población controlada.
Además, y como pasa en tantos demasiados lugares, las mujeres se llevaban la peor parte. Eran condenadas al analfabetismo y la ignorancia, a los matrimonios desde niñas y por supuesto se las reservaban los trabajos y labores más duras y desagradables (por ejemplo, es sabido que, a día de hoy, solo ellas limpian los agujeros usados como letrina de muchos pueblos donde aún no hay alcantarillado y que lo deben hacer con las manos).
La guerra popular planteó una salida a estas situaciones tan insoportables y muchas y muchos se unieron a ella consiguiendo que, lejos de ser un levantamiento aislado o inmediatamente derrotado por el Estado indio, la fracción roja del PCM continuara su crecimiento por los pueblos de Bengala Occidental. Los comités campesinos requisaron las tierras a los señores feudales y eliminaron el régimen medieval de servidumbre, se promovió la alfabetización, se mejoró notablemente la situación de las mujeres (a día de hoy hay estadísticas que hablan de que sean alrededor del 60% del ejército naxalita incluyendo los aparatos de dirección) y se comenzó una administración paralela a la del Estado indio oficial. Este crecimiento se extiende hasta nuestros días: En 2007 el gobierno indio hablaba de que lxs naxalitas actuaban en 14 de los 28 estados de India, en diciembre de 2014 el gobierno reconocía su presencia en 21 y el control absoluto del 8% del territorio estatal por la administración naxalita (territorio donde no hay fuerzas policiales ni administración estatal oficial).
Hasta hace pocos años, alrededor del 2007, la estrategia para el crecimiento de la guerrilla se basaba en centrarse en el control total del campo, siguiendo la vieja estrategia de cercar las ciudades desde el allí: penetrar en las zonas rurales, consolidar allí sus bases de apoyo y establecer coordinaciones con las células en otros Estados.
Como parte de la estrategia se respeta a los cargos locales –incluso policías- si el pueblo considera que son honestos y no están comprometidos en casos de corrupción o represión. También se respetan las empresas que están instaladas en estos territorios, aunque se las cobra un “impuesto revolucionario” que oscila entre el 15 y el 20% de sus beneficios. En cambio, lxs naxalitas son implacables en su lucha contra las Zonas Económicas Especiales (ZEE): similares a las maquilas mexicanas, estas son áreas en las que gracias a las desgravaciones fiscales las empresas no pagan impuestos, gozan de ventajas fiscales y económicas para favorecer la productividad y donde se puede eludir la legislación normal del país en materia laboral, sindical y ambiental con el objetivo de atraer inversores locales y extranjeros.
Estas ZEE que está poniendo en marcha el gobierno indio con el apoyo de los gobiernos de los Estados para establecer industrias, incluidas las metalúrgicas y mineras, están provocando el desplazamiento de sus hogares de decenas de miles de habitantes del campo, que como consecuencia están perdiendo sus medios de vida. La gran mayoría de desplazados y desplazadas son aparceros sin tierra, artesanos y pequeños comerciantes, provenientes de las comunidades más desfavorecidas de dalit y adivasi y de minorías religiosas. Intocables en el sistema de castas y los parias de la India.
Precisamente es en estos sectores, de pobres entre los pobres, donde más éxito está alcanzando el trabajo político naxalita. Según los acuerdos de su IX Congreso, realizado en 2007, este trabajo debía pasar a ser prioritario. El resultado ha sido claro: su creciente expansión por toda India. Además, en ese Congreso se acuerda también el trabajar la expansión en las ciudades para tener presencia entre las masas urbanas empobrecidas y la clase media, con la finalidad de “lograr un movimiento masivo contra las políticas neoliberales” y, por ende, la lucha contra las ZEE que han sido creadas en los últimos años en India y que han provocado, a su vez, “la dislocación de las pequeñas industrias y de los comerciantes, que han sido empujados a la bancarrota por la ofensiva masiva de las imperialistas compañías transnacionales y de los compradores-burócratas-burgueses” y que son calificadas de “enclaves neocoloniales” .
Este crecimiento, evidencia de la legitimidad que avala la lucha naxalita, además de los logros que han conseguido durante todo el periodo que llevan en su lucha de liberación de las y los oprimidos, también ha conllevado el furibundo ataque del Estado indio. Asesinatos, violaciones, torturas, creación de cuerpos paramilitares dedicados a luchar contra los naxalitas y silenciamiento de su lucha. Por eso es responsabilidad de todas y todos los revolucionarios del mundo el conocer y difundir los logros de la Revolución naxalita.
Es nuestra obligación sumar a la solidaridad internacionalista la solidaridad con la silenciada y desconocida Revolución Naxalita.
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